Siempre fue así. Cuando mis padres se casaron el
único capital con que contaban era el amor que sentían el uno por el otro. Veintipocos
años y toda una vida por delante. Los bolsillos llenos de sueños. No fue fácil.
Pocos años después sepultaron a su
primogénito. No se puede sepultar un hijo de tres años cuando tienes apenas 23 años.
Tu cabeza no puede con tanto dolor. Pero la vida tiene sus curiosidades y antes
de quitarles a ese hijo se aseguró de darles otro, que aun no nacía.
La vida era perder pero perder siempre trae algo, algo que para recibirlo debemos dejar ir lo anterior. Como si el universo
escondiera un secreto balance incomprensible y hubiera hecho cada situación con dos caras. Así, hacerse más fuerte era la consecuencia
de vivir esas situaciones adversas. Había que seguir, había que buscar la manera y si la buscas lo suficiente
ella aparece.
Así que decidieron comenzar una nueva vida, Se mudaron al
sur. Tomaron un crédito para tener la casa y los sueños tímidamente fueron volviendo a tomar sus manos. Ahí vivieron con el segundo de
nosotros, yo aún no nacía. Fueron recuperándose de su dolor y plantando un nuevo jardín, nuevos trabajos, nuevo futuro. Entonces no sé cómo, pero el
dinero que ganaban, comenzó a esfumarse. El mismo dinero ya no tenía el mismo valor que antes. ¿Cómo es que de pronto sigues trabajando igual pero cada vez tienes menos? Si una ardilla guarda nueces y cada una se suma a las anteriores
y si sigue juntando cada vez tiene más es como si alguien viniera y robara tus nueces… No
lo entendían. Sólo sabían trabajar duro y es lo que decidieron hacer. Querían pagar el crédito, siempre fueron
honrados, sin embargo las mismas horas de trabajo, o más horas ya no eran suficientes.
Más trabajaban y más debían. Llevaban
cuanto dinero conseguían al banco, el banco lo recibía pero la deuda seguía
aumentando. Un día el banco le dijo que ya no les aceptaría más pagos, que ahora debían arreglárselas con un estudio jurídico. Abogados. ¿qué delito habían cometido? ¿Por qué los enjuiciarían si sólo habían trabajado duro y entregado hasta el ultimo céntimo? Empezaron las intimaciones, seguían intentando pagar pero la suma era unas cincuenta veces lo que habían recibido como préstamo. Les quitaron la casa. El banco ya había cobrado todo lo prestado mas los intereses, pero nunca entenderé
por qué, la casa ya no era de ellos. Abogados oportunistas y despiadados dejaron a todos en la calle.
Luego pasaron muchos años oscuros y llegó el sueño que todos siempre soñamos. Un lugar para los excluidos, una mirada para los ignorados, un apoyo para los desposeídos, un mundo que por fin parecía dar un giro en dirección hacia la equidad, aunque aún le quedaban millones de kilómetros por recorrer.
Luego pasaron muchos años oscuros y llegó el sueño que todos siempre soñamos. Un lugar para los excluidos, una mirada para los ignorados, un apoyo para los desposeídos, un mundo que por fin parecía dar un giro en dirección hacia la equidad, aunque aún le quedaban millones de kilómetros por recorrer.
Porque somos un tejido, y cuando uno de los nudos se rompe,
todo el tejido se va desgarrando. Cuando alguien es sometido, abusado, explotado, todos cargamos con eso y no solo nosotros, sino nuestra descendencia.
Entonces
empezaron a pasar las cosas que están pasando: no sabemos cómo pero el sueño empezó a resquebrajarse, y por la grietas empezaron a colarse mentiras, engaños, intereses, corrupción. Esto produjo ataques, peleas, divisiones, familias destruidas, amigos que se separan… y lo peor de todo comenzó a suceder: empezamos a darnos cuenta de que ese sueño que todos habíamos esperado tantos años, se desmoronaba como un castillo de naipes. No era sólido, y se fueron todos olvidando del sueño y acostumbrando a la pelea. Y la pelea pasó a ser más importante que el sueño, vender al otro, castigarlo ajusticiarlo... y los desposeídos volvieron a ser invisibles, y los enfermos volvieron a ser olvidados...
Nada puede ser más duro de aceptar que el sueño que creíste alcanzado se derrumba, que sus cimientos no son lo bastante fuertes como para defenderse por sí mismo y que las peleas son más importantes. Todos tenemos derecho a soñar un mundo mejor y a pelear por él. Todos queremos, más que nada, creer. Y no creemos en lo que nos dicen, no creemos en lo que vemos, creemos en aquello que necesitamos creer, porque, de verdad, necesitamos creer, al menos esta vez.
Nada puede ser más duro de aceptar que el sueño que creíste alcanzado se derrumba, que sus cimientos no son lo bastante fuertes como para defenderse por sí mismo y que las peleas son más importantes. Todos tenemos derecho a soñar un mundo mejor y a pelear por él. Todos queremos, más que nada, creer. Y no creemos en lo que nos dicen, no creemos en lo que vemos, creemos en aquello que necesitamos creer, porque, de verdad, necesitamos creer, al menos esta vez.
Se preguntaban ¿Que puedo
hacer? ¿Dejar de pelear y confiar en que
esta vez sea diferente? ¿Dejar de denunciar lo que veo? ¿Contar una
historia que a nadie le interesa? ¿Dónde estaba la otra cara que no conseguía percibir ahora?
El peso de la
tristeza es tan grande, que, si estuviese
prohibido desanimarse, no podríamos respetar la ley. No somos responsables de
sentir lo que sentimos. Así comenzó a discriminarse a quien no tenía algo que agradable para decir.
Ya no pude pensar más, quería irme, no sabía a donde pero irme, entonces hice lo que siempre
hago cuando todo se torna absurdo. Cada vez que la vida me cerca,
cada vez que siento que no encentro una
salida, vuelvo al encuentro de mi querido Machi,
(maestro) cuya sabiduría ha sabido iluminar
mis peores tiempos. A veces lo busco yo, o él me encuentra. Esta vez sucedieron
ambas cosas. Iba manejando hacia el oeste y me detuve un pueblo, y allí estaba, en un viejo bar del camino, aguardándome.
Apenas me vio,
dijo: “¡Estás retrasado!” sonreí, no
pude menos que sonreír, era siempre mágico.
Me dediqué a
explicarle las cosas con una extrañísima sensación de que viviendo en el mismo
entorno, no estaba al tanto de nada. No veía nada de lo que sucede. Luego de diez minutos me detuvo con un
gesto de la mano.
Me dijo: ¿crees
que puedes salvar a otros? ¡Aún no entiendes nada! ¡No entiendes cómo son las
cosas a tu alrededor? ¡Estuviste muchos años en un infierno construido por ti
mismo y aún no lo ves!
¿No sabes acaso
que cada uno tiene el derecho a comprar y a defender su propia miseria, al igual que tu lo
hiciste? y —agregó reflexivo—: ¡para algunas personas no hay nada más espantoso que el hecho de que alguien les quite el
derecho a ser miserables!
¡Mira lo que
hiciste! ¡ya encontraste una nueva forma de estropear tu calma y hacerte
miserable!
—¡Es que es obsceno lo que están haciendo!, tengo que diferenciarme, le dije, ¡Tengo que ser mejor que ellos! ¡No puedo quedarme de brazos cruzados!
El viejo me
miró con expresión seria, preocupado, como quien mira
a alguien gravemente enfermo.
—Hijo, esta
es la mala noticia: no eres y NUNCA serás mejor que cualquier otra persona; no importa cuanto te esfuerces, no importa que ideales persigas o como lo hagas... Cada cual sirve a un propósito cuya comprensión está fuera de su alcance.
—Bajé la mirada. Me sentí descubierto. Se percató de mi vergüenza. Continuó con tono gentil:
—Como todo en la vida, también hay algo bueno en esto: nadie absolutamente (no importa lo que te hayan dicho) NADIE es ni jamás será mejor que tu. Somos únicos...
Hijo, por favor, no pierdas eso.
2 comentarios:
¿No sabes acaso que cada uno tiene el derecho a comprar su propia miseria, al igual que tu lo hiciste? y —agregó reflexivo—: ¡no hay nada peor que a alguien le quites el derecho a ser miserable!
Es dura esta frase y hay mucha sabiduría.....cada uno,con su libre albedrío elige cada situación,cada suceso en su vida y eso nos da la oportunidad de crecer,aprender y que haya mas conciencia en nuestras decisiones.
Gracias por esta publicación.
Amigo anónimo,
Gracias por tu comentario, creo que mi personaje trataba de decir exactamente eso que vos dijiste.
Un abrazo.
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