lunes, marzo 30, 2015

La gran maestra

   Una pesada capa de terciopelo negro la protegía de la curiosidad morbosa, sin embargo, a pesar del atavío, conservaba algo leve y etéreo.

   Cuando llegué permaneció inmóvil frente a la mesa. Ni siquiera giró su mirada para saludarme. Pude vislumbrar  no más de un par de centímetros de su mentón perfecto tras la capucha. No alcancé a divisar sus ojos, pero sabía con todo mi cuerpo que estaba siendo observado. No se trataba de una mirada ordinaria: ella atravesaba terciopelo, piel, carne, huesos... hurgaba cada resquicio en mí. Me sentía más que desnudo.

   Me senté frente a ella y solté un torpe "hola" impostado que intentaba mostrar que no le temía.

  Retiró con suavidad su capucha con un movimiento agónicamente lento y seductor. Sus dedos largos no eran huesos secos. Eran como tallos de flores cubiertos por una piel blanquísima sumamente femenina.

   Para mi sorpresa, el rostro de la muerte no era  monstruoso. Nada de calaveras, telarañas, nada de  dientes horribles... Era un bello e intrigante rostro femenino. Aunque no tenía arrugas, el conjunto de su rostro, su atuendo y su actitud inspiraban un cierto temor reverencial.

   Lentamente su mirada eterna alcanzó mis ojos. La vi y me quedé sin aliento. Como si  hubiese succionado mi humanidad entera en un microsegundo.

   En ese instante vi toda la existencia. Pero no vi, como suelen decir algunos, que cuando vas a morir ves toda tu vida desfilar ante tus ojos,  no, no, no; ¡nada de eso! 

   Lo vi todo

   Todo lo que es, y lo que no es, todo lo que espera para ser, todo lo que ha sido...

   Todo y todos, siendo parte de algo increíblemente perfecto, coherente y complejo.

   Cada pieza con precisión infinitesimal, deliciosamente tallada y en su sitio conformando la gigantesca maquinaria-milagro.

   En mi visión, todo lo que nacía se concentraba en diversos puntos, y lo que moría se dispersaba en el espacio y tiempo... Todo estaba allí; vivo, en  movimiento de expansión-contracción. Todo estaba dentro de esa mirada sin límites. 

   Esos ojos oscuros me llevaron de una punta a otra del tiempo, entre la existencia y la no existencia, arrastrándome por tantos mundos como ningún viajero podría conocer en mil existencias.

   Fue abrumador, creí que enloquecería. Mi mente insignificante no podía procesar semejante enjambre de orbes. Mientras veía ese revoltijo de sonrisas, huesos rotos, ataúdes, abrazos, explosiones atómicas, nacimientos, y una multitud de madres dando de mamar al universo. Una vasta paz me fue llenando, y se hizo carne la sensación de lo que me dijo una vez una anciana en el bosque: "nada sobra y nada falta" todo está en perfecta armonía.

   De pronto, un pensamiento aterrador me extirpó de esa paz: ¡quizás ya estaba muerto!  El pensamiento fue como un latigazo, como si alguien jalara una cuerda atada a mi cintura y me arrastrara a través de todos esos mundos mágicos de regreso hasta la mesa del bar en la que ella seguía mirándome en su imperturbable y envolvente serenidad marmórea.

   Se arropó un poco como si tuviera frío, un gesto de humana fragilidad, sumamente femenino y hermoso que disipó mi miedo. Entonces mirándome ahora con unos bellos ojos café, me dijo:
       No temas verme de lleno, soy mucho más honesta que la mayoría de los espejos en los que te miras. 

   Aunque te prometan vivir más, ser más que otros, tener muchas cosas, nadie puede quitarte tu condición humana: Ni el poder, ni el dinero, ni el éxito te salvarán; sólo yo puedo hacer eso y, de hecho, lo hice varias veces y lo haré hasta que sea tu hora. 

   Pero, mi querido hombre pequeño, aún hay mucho espacio en tu mochila, aún no estás completo, no te has ganado tu libertad. 

No puedo negar que sentí cierta decepción cuando dijo que no estaba aún a su altura...

    Ahora, sigue tu camino y recuerda que no eres inmortal, así que mejor llena tus morrales con historias que valgan la pena... pues tus historias son lo único que te llevarás.
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