martes, abril 05, 2011

Atziên y el Dragón

(Inspirado en los Dragones de Úrsula K. Le Guin)
Atziên, enérgico, subía la montaña. Sus pies prensados por pieles de animales y su cuerpo grande y bien abrigado le permitían soportar el contacto con la nieve. Su calzado casero evitaba además que resbalara en el hielo, o se hundiera en la nieve. Portaba una lanza y un hacha. Su mirada estaba enrojecida de ira. Iba de caza. Estaba determinado a matar o morir.

La bestia maligna había destruido totalmente su comarca y se había hecho con las vidas de todas las personas que halló a su paso. Atziên era el único mago y guerrero en la aldea y su función era defender la aldea de cualquier amenaza, sea humana o no. Sólo él podía enfrentarse a la criatura quizás porque también había algo animal en él. Su pelo rojo y abundante, barba, pelos, dureza, su tamaño... todo aquello más una mirada salvaje lo hacían temible. Quien lo viese subir la montaña supondría que él era el salvaje que devoraría a su presa, y no a la inversa.

Llegó a la cima y pudo verlo. El dragón tenía treinta veces su tamaño, pero aún así lo encaró con toda la fuerza de su atención. La atención lo es todo, no importa qué hagas, cuando la atención está plena, marca una diferencia abismal. Las miradas de los magos no sólo ven, sino que también, merced a un enfoque de su voluntad, ejercen control sobre quien los mira. Ambos usaban su poder midiendo a su adversario.

Luego de unos minutos de girar mirándose fijamente, Atziên pudo entrar a la mente de su enemigo y para su asombro descubrir que el dragón sentía pánico. La bestia estaba aterrorizada de verlo. Cosa extraña, pues los dragones en combate con humanos suelen vencerlos, incluso a los magos. Pero este dragón temía y eso sí que era inusual. Atziên hurgó la atávica mente y por fin descubrió el motivo: el dragón llevaba vida dentro de sí. Era una hembra y guardaba en su cuerpo un huevo fecundado. Ese hecho sucedía cada 200 años, y estaba sucediendo en ese momento. La hembra de dragón temía, no por su vida, sino por la vida de su cría.

Por ser las criaturas más antiguas del universo, los Dragones habían descifrado la naturaleza de las fuerzas que enlazan materia, energía, forma y pensamiento; y conocían el modo en que el molde energético modulado a través del pensamiento, confiere forma a la materia. Este saber les permitía, merced a un esfuerzo de su voluntad, modificar la estructura y configuración de su propia materia.

No era una simple ilusión, era mucho más que eso, podían efectivamente cambiar de forma a voluntad. Sin embargo, dicho arte entrañaba un riesgo fatal: si permanecían demasiado tiempo, la nueva forma podía impregnarse en la materia tan fuertemente que era posible que quedaran atrapados para siempre en esa forma. Se rumorea que habitan entre nosotros algunos dragones atrapados en formas humanas. Ni los dragones ni tampoco los humanos pueden cambiar de forma durante una gestación. Así que no podía usar todo su poder, pues, si cambiaba su forma podía afectar la vida de su cría y este era un riesgo que ella no iba a correr. Es por eso que no usaba su magia contra Atziên, y es por eso que estaba aterrada.

Al descubrir esa vida inocente, Atziên se dio cuenta de que no podía matar a la bestia. Los Dragones no eran necesariamente criaturas del mal. Sólo algunos, como aquel, perdían su rumbo, y Atziên no podía matar a una criatura que no fuese maligna pues eso iba contra su función en el cuidado del balance del universo, y con aquello que le proporcionaba su poder, el ser un servidor del balance.

El conflicto lo embargó pues Atziên sabía que esa bestia, aun en el  estado en que estaba y no pudiendo usar toda su magia, podía con una exhalación evaporar a un humano. Así que hizo una elección. La más difícil de su vida.

Puso un sortilegio de amarre sobre el dragón, como si lo atara con una cadena mágica, para que no pudiera volar. Usó uno de alianza con la tierra,  un tipo de sortilegio que pocos magos dominan y hace uso de fuerzas de la naturaleza para sujetar algo por atracción. Se aseguró de usar un sortilegio que no dañaría a la criatura inocente. Apenas lo hizo escuchó las amenazas del dragón, pero sabía que no lucharía.

Atziên no vaciló. Fue a la comarca y se despidió de su pueblo para siempre. Lloraron amargamente sin cuestionar la decisión del mago pues sabían que él obedecía designios, y podía elegir su destino. Sabían aunque no lo entendieran que era el único camino posible. A veces separarte de quien amas para su propio bien es el  mayor acto de amor.

Atziên subió al cuello del dragón, y lo liberó del sortilegio. Ella inmediatamente alzó vuelo sin intentar siquiera librarse de él. Se había conectado mentalmente y ahora Atziên gobernaba el vuelo, y el dragón  volaba ciego. Luego de meses de vuelo llegaron a una isla pequeña en los confines del mundo. Atziên puso un sortilegio de encierro mil kilómetros a la redonda. Llevó seis días concluir la tarea.

El dragón lo observaba indiferente y cada tanto se sumergía en el mar cazando peces para alimentarse. Cuando concluyó se sentó frente al dragón y dijo “ahora estaremos en paz”. Y luego abrió su mente al dragón para que supiera cual era su propósito. El dragón supo que nunca podría abandonar esa isla. Que Atziên se había convertido en su guardián y había decidido alejarse de su mundo conocido para recluirse en los confines y vigilarlo el resto de los tiempos que ambos tuvieran. Al descubrir esto, el  dragón dio un alarido tan fuerte que se escuchó hasta las comarcas más distantes del mundo.

La cría nació y fue creciendo en compañía de su madre y de Atziên . Reconocía a ambos como las únicas criaturas del universo para él. Dialogaban con sus mentes y Atziên lo educaba al igual que su madre lo hacía. Conforme pasaba el tiempo la madre dragón fue olvidando su sed de personas, y su deseo de escapar, pues cualquier hábito bueno o malo que no se ejerce es, con el tiempo, olvidado. Nació una relación particular entre los tres, tan íntima que sus mentes podían oírse una a otra y tenían sueños conjuntos también. En dicho acercamiento, los animales se tornaron un poco humanos, y Atziên despertó aún más su aspecto animal. Se desdibujaba la linea entre animal y humano, entre el bien y el mal; Ahora todo era naturaleza.

Y es esta la historia de Atziên, un mago guerrero que por amor a los suyos supo renunciar para siempre a la presencia de quienes más amaba para convertirse en guardián y protector de una criatura antigua cuya alma oscurecida por dolores atávicos la había llevado a asediar a su comarca.

Pero esta historia fue mucho más lejos, porque quinientos años después, la cría del dragón ya era adulta, tanto su madre como Atziên habían muerto, un extraño día ella emprendió el regreso a la tierra donde fue concebida. Supo como llegar pues la mente de Atziên y también la de su madre estaban en él. Apenas llegó a distancia prudencial y, sin que nadie notase su presencia, cambió su forma como sólo los dragones saben hacerlo para regresar a la comarca. El joven dragón entonces se presentó bajo la única forma que conocía fuera de la de dragón, tomó la forma de Atziên. Los habitantes reconocieron al "hombre leyenda", aquel mago que renunció a su propia libertad para ser guardián de una criatura antigua. Celebraron durante varios días su regreso y le dieron todo tipo de regalos hechos por ellos. Y le entregaron la casa que había sido de Atziên, con todas sus pertenencias intactas. Lo amaban y lo necesitaban pues no tenían un mago que los protegiera de amenazas y enfermedades. Era para ellos un milagro.

Pasaron muchos años y Zivkarr, porque así se llamaba el pequeño dragón, jamás cambió la forma, aun sabiendo de los peligros que eso entrañaba, fue olvidando quien era en realidad y se fue tornando humano, pues la forma no es sólo aspecto sino también alma. La forma de Atziên se impregnó tanto que jamás pudo abandonarla. Cuentan que fue así como Atziên-Zivkarr, el dragón-guerrero-chamán se volvió inmortal en términos humanos, pero sometido al ciclo de vida de los dragones. Fue el más poderoso hombre-mago que jamás se haya dicho, protegió a la aldea durante seis mil quinientos años, hasta que su  hora llegó. Murió, o, mejor dicho hasta que hizo su último cambio,  rodeado de gente que lo amaba. Incluso se vieron algunos dragones volando una danza de despedida. Nadie jamás supo su secreto.