sábado, julio 07, 2007

Niños que se esconden para llorar

Hoy volví a escucharte, justo el mismo día en que te escribí, recibí tu llamada. Pienso en vos y resulta que entrás acá y lees... Seguimos unidos de algún modo que no develo ni lo intento.

Te escuché triste, cansado, hablaste de tu angustia, tu angustia de siempre, de tu espacio vacío de caricias, de amor, de permanencia. Seguías trepando tu deseo fecundo de huida; seguías intentando volar contra el viento, derramando, sin notarlo, tu esperanza.

No supe qué decir; como las noches, los adoquines, la niebla la lluvia tampoco supieron. Eras un jirón de ternura rodando por la pendiente de un paraíso que ya no podías disfrutar. Eras como esos niños que se esconden para llorar, que no buscan obtener rédito de su llanto, sino que lloran porque la vida, ya desde pequeños, les muestra que puede abrir su enorme boca y tragárselos, con ilusiones y todo...

Me pregunto si nos serán útiles las canciones en portugués que ayudan a otros, o los libros de autoayuda, o las terapias alternativas, los viajes. Tengo muchos amigos que palmean fuerte mi espalda y repiten mecánicos (como un cajero de banco poniendo el sello) "vamos, arriba ese ánimo".

Nada de esto quedará, apenas el recuerdo escribirá algunas líneas en pocas memorias, quizás los amigos que aguantaron lo repetitivo que fuiste, y eso, sólo por unos instantes.

Somos evanescentes. Nuestras voces, pasos, vistas, besos, lo son.

Las eras lo disuelven /digieren todo, excepto el instante presente pre-digerido.
Ahora mismo, estás leyendo, respirando,

la vida aguarda en vos y en mi; la muerte crece también en ambos, esas siamesas a las que ningún cirujano podrá separar.

El ahora es lo único momento que existe. Y acaba de abrirse una puerta.

No hay comentarios.: